
El
comercio negrero fue acompañado, en la mayoría de los
casos, por una fuerte ideología racista:
los negros eran considerados seres inferiores, asimilados
frecuentemente a animales, sin tan siquiera poder ser considerados
sujetos de derecho y por lo tanto considerados, jurídicamente, como
cosas. Aunque especialmente, el debate estaba inicialmente en si los
individuos de raza negra tienen alma
humana, puesto que en caso afirmativo esta actividad sería
considerada ilegal por la Iglesia, lo que llevó a un fuerte
movimiento para afirmar que las personas de raza negra no tienen
alma. En el caso de los indígenas de América se había decidido que
tienen alma por lo que no se les podía esclavizar. De hecho era
costumbre en muchas plantaciones explotar al esclavo bajo severas
condiciones hasta su muerte, pues salía más barato comprar nuevos
esclavos que mejorar sus condiciones de vida, existiendo asimismo
seguros que cubrían los denominados accidentes. La fuente de
esclavos fue África,
y la Isla de
Gorea, colonia francesa, fue el lugar preciso donde se estableció
el mercado de esclavos, también conocido como el lugar sin retorno y
donde se separaban definitivamente las familias desintegradas por la
esclavitud.
De forma similar los árabes
mantuvieron un importante tráfico de personas esclavizadas
africanas, tanto a través de rutas cruzando el Sahara
como a través de la costa oriental de África,
fundamentalmente la Isla de Zanzíbar.
Este comercio se extendió desde el siglo
VII hasta el siglo
XX y alcanzó proporciones similares o superiores al comercio
negrero del Atlántico.
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